La mayoría de nosotros éramos personas sin un sentido de vida, sin rumbo, sin dirección, estábamos perdidos, vivíamos sin esperanza, vivíamos amargados, llenos de rencor u odio, a la deriva, en el anonimato, enfermos del alma y muchos del cuerpo, confundidos, desagradecidos, cansados, sin embargo a pesar de todo lo que éramos Dios nos vio con ojos de amor, vio en nosotros lo que nadie más podía ver, noto que éramos valiosos y nos llamó para perdonarnos y darnos un verdadero sentido de vida.
Fuimos hechos sus hijos, fuimos aceptados por Él, llamados a grandes cosas, restaurados poco a poco, levantados, sacados del anonimato, fuimos hecho linaje real, nuestra vida cambio totalmente y ahora somos llamados hijos de Dios con un futuro glorioso que nos espera.
A lo mejor personas que no valoramos todo lo que Dios hizo y que vivimos quejándonos por lo que no necesitamos o reclamando a Dios más de lo que ya hizo por nosotros. Somos muchas veces hijos desagradecidos que se nos olvida de donde Dios nos sacó y comenzamos a vivir una vida llena de deseos propios, conforme a nuestra voluntad y no conforme a la voluntad divina. Es triste cuando ya no valoramos lo que Dios hizo por nosotros, cuando olvidamos de dónde venimos, de donde nos sacó el Señor, y es triste porque es allí cuando sin darnos cuenta volvemos al mismo lugar de donde Dios nos sacó, a esa vida sin sentido, sin rumbo, desorientados, perdidos, y lo peor de todo, engañándonos a nosotros mismos creyendo que somos lo que no demostramos.
¿Realmente estamos viviendo una vida que agrade a Dios?, ¿Realmente mi boca lo exalta?, ¿Mis pensamientos lo alaban?, ¿Mi comportamiento habla bien de Dios?, ¿Mis planes están edificados en su voluntad?
No nos olvidemos de dónde venimos y hacia dónde vamos, que no se nos olvide que ha sido Dios quien nos ha traído hasta dónde estamos y nos ha sostenido, si no fuera por Él no estaríamos acá, por tal razón debemos vivir cada día de forma que nuestras acciones y todo nuestro ser glorifiquen a Dios y le agradezcan por todo lo bueno que ha hecho en nosotros.
Vivamos cada día con el único propósito de hacer su voluntad y amarlo no solo de palabra sino con nuestro testimonio, en nuestro matrimonio y en nuestra vida que la gente vea en nosotros la imagen de Cristo reflejado y que con ello exaltemos su Nombre entre las naciones.